lunes, 1 de marzo de 2010

Miguel Hernández



Es de esos poetas conocido por todos. Su muerte apresurada por los primeros latigazos del franquismo y su verso convertido en canción por tantos músicos (como Víctor Jara, Paco Ibañez, Serrat...) han dado, quizás, a su persona esa cercanía de los iconos queridos o la conversación acompañada. Pero además de la peculiaridad de su historia, en sus versos encontramos la voz de un buen poeta; con la irregularidad, es cierto, de un joven veinteañero (recordemos que muere con 31 años), aunque también con vestigios de una escritura asentada sobre pasos cada vez más maduros. Una voz que conformaba un universo poético cada vez más personal, donde la vivencia íntima de la tragedia no desomboca en panfleto sino en conmoción construida con inteligencia. De su último libro publicado (El hombre acecha) es este poema, conocido gracias a la canción que hizo Serrat, apropiado en estos inicios de marzo donde se pulsa el alejamiento del frío y la vislumbre de la energía. Valga este post como homenaje, este año donde commemoramos en centanario de su nacimiento.






EL HERIDO




II



Para la libertad sangro, lucho, pervivo.


Para la libertad, mis ojos y mis manos,


como un árbol carnal, generoso y cautivo,


doy a los cirujanos.



Para la libertad siento más corazones


que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,


y entro en los hospitales, y entro en los algodones


como en las azucenas.



Para la libertad me desprendo a balazos


de los que han revolcado su estatua por el lodo.


Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,


de mi casa, de todo.



Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,


ella pondrá dos piedras de futura mirada


y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan


en la carne talada.



Retoñarán aladas de savia sin otoño


reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.


Porque soy como el árbol talado, que retoño:


porque aún tengo la vida.




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