lunes, 21 de junio de 2010

una despedida tierna, JOSÉ SARAMAGO


José Saramago (Alzinhaga 1922, Lanzarote 2010) murió el pasado viernes después de desayunar y de tener una conversación calmada con su mujer, Pilar del Río. Así llegaba él a todas las cosas, con calma y sin ruido, como dejan su marca las huellas más profundas.
Porque sólo marcha despacio aquél que concibe cada acto de la vida como la formulación de un pensamiento. Saramago vivía pensando, escribía pensando. Escéptico por ello, al mismo tiempo que fino en el análisis de la realidad. Su escritura se adentra con pausa en la conciencia lectora del que se acerca a su obra, que es recibido como aquél que se aproxima a una hoguera a escuchar una historia.
Siempre investigando en las profundidades de la conciencia humana, Todos los nombres, por ejemplo es un análisis delicadísimo de todas las puertas que puede evocar el oído de un nombre. Caín, su última novela habla de los desentendimientos de los humanos con los dioses (sus sueños, sus esperanzas...), y entre medias encontramos novelas muy alabadas por la crítica como Ensayo sobre la ceguera o Memorial del convento.
Esa investigación en las entrañas humanas era una forma de configurar su propia personalidad, es decir su forma de convivir con el mundo, como bien describen estas palabras que pronunció al recibir el Nobel de literatura en 1998:
En cierto sentido se podría decir que, letra a letra, palabra a palabra, página a página, libro a libro, he venido, sucesivamente, implantando en el hombre que fui los personajes que creé. Considero que sin ellos no sería la persona que hoy soy, sin ellos tal vez mi vida no hubiese logrado ser más que un esbozo impreciso, una promesa como tantas otras que de promesa no consiguieron pasar, la existencia de alguien que tal vez pudiese haber sido y no llegó a ser.