domingo, 28 de marzo de 2010

José Ángel García Caballero, premio Surcos de Poesía


El pasado viernes, el profesor de nuestro instituto y poeta José Ángel García Caballero, recibió el premio Surcos de Poesía, del que resultó ganador en su XIII edición. La obra que mereció tal reconocimiento es su poemario Llaves olvidadas.
La poesía de José Ángel encuentra su voz lírica en la realidad cotidiana, en la que él descubre una belleza profunda e íntima, tocada de una cierta melancolía. La calles de la ciudad, una taza de café, o el propio discurrir del tiempo ceñido a los ciclos del curso escolar, son la materia de la que se nutre una poesía elegante y honda, serenamente sentida, levantada sobre símbolos y enriquecida con las evocaciones múltiples de las sinestesias... He aquí una muestra.

AULA CERRADA

Las sillas, los pupitres, la ventana

que nunca cerró bien, el aire quieto

que quiso, vagamente, ser recuerdo,

las hojas descuidadas, la pizarra

ya limpia, la escalera de palabras

subiendo, lentamente, hacia un tiempo

de dudas y cristales de deseo,

presienten lo que esconde la garganta:

la exacta matemática que agota

la arena vertical de los relojes,

a cambio de esta luz intensa y roja

que aprende de la pérdida y desoye

el dogma cegador de la demora.

Extraña la sintaxis, como entonces.


sábado, 20 de marzo de 2010

in memoriam: miguel delibes


"Ninguno de los dos era sincero pero lo fingíamos y ambos aceptábamos, de antemano, la situación. Pero las más de las veces, callábamos. Nos bastaba con mirarnos y sabernos. Nada nos importaban los silencios. Estábamos juntos y era suficiente. Cuando ella se fue todavía lo vi más claro: aquellas sobremesas sin palabras, aquellas miradas sin proyecto, sin esperar grandes cosas de la vida eran sencillamente la felicidad. Yo buscaba en la cabeza temas de conversación que pudieran interesarla, pero me sucedía lo mismo que ante el lienzo en blanco: no se me ocurría nada. A mayor empeño, mayor ofuscación. Se lo expliqué una mañana que, como de costumbre, caminábamos cogidos de la mano: ¿Qué vamos a decirnos? Me siento feliz así, respondió ella."

Miguel Delibes: Señora de rojo sobre fondo gris.

El 12 de marzo se nos fue Miguel Delibes. En silencio. Sin palabras. Desde 2005 no había vuelto a publicar ningún libro pero, en realidad, la muerte en 1974 de esa mujer con la que le bastaba "mirarse y saberse" le había sumido en un profundo silencio del que pudo salir solo esporádicamente.

Fue seguramente el último de los grandes escritores españoles del s.XX y de los más generosos en cuanto a producción. Si queréis acercaros a su obra os recomendamos Cinco horas con Mario, Los santos inocentes, El camino o El hereje, novela con la que, prácticamente, cerró su trayectoria.

Leer a Delibes es asomarse a las vidas concretas y reales de gentes normales que se ven envueltas en peripecias cotidianas, pero que gracias al genio del escritor, se convierten en visiones transcendentes de lo que nos rodea.

lunes, 1 de marzo de 2010

Miguel Hernández



Es de esos poetas conocido por todos. Su muerte apresurada por los primeros latigazos del franquismo y su verso convertido en canción por tantos músicos (como Víctor Jara, Paco Ibañez, Serrat...) han dado, quizás, a su persona esa cercanía de los iconos queridos o la conversación acompañada. Pero además de la peculiaridad de su historia, en sus versos encontramos la voz de un buen poeta; con la irregularidad, es cierto, de un joven veinteañero (recordemos que muere con 31 años), aunque también con vestigios de una escritura asentada sobre pasos cada vez más maduros. Una voz que conformaba un universo poético cada vez más personal, donde la vivencia íntima de la tragedia no desomboca en panfleto sino en conmoción construida con inteligencia. De su último libro publicado (El hombre acecha) es este poema, conocido gracias a la canción que hizo Serrat, apropiado en estos inicios de marzo donde se pulsa el alejamiento del frío y la vislumbre de la energía. Valga este post como homenaje, este año donde commemoramos en centanario de su nacimiento.






EL HERIDO




II



Para la libertad sangro, lucho, pervivo.


Para la libertad, mis ojos y mis manos,


como un árbol carnal, generoso y cautivo,


doy a los cirujanos.



Para la libertad siento más corazones


que arenas en mi pecho: dan espumas mis venas,


y entro en los hospitales, y entro en los algodones


como en las azucenas.



Para la libertad me desprendo a balazos


de los que han revolcado su estatua por el lodo.


Y me desprendo a golpes de mis pies, de mis brazos,


de mi casa, de todo.



Porque donde unas cuencas vacías amanezcan,


ella pondrá dos piedras de futura mirada


y hará que nuevos brazos y nuevas piernas crezcan


en la carne talada.



Retoñarán aladas de savia sin otoño


reliquias de mi cuerpo que pierdo en cada herida.


Porque soy como el árbol talado, que retoño:


porque aún tengo la vida.